La muerte pisa los talones

Para ella, a dos meses de su muerte

La muerte pisa los talones
ella sí, tan irreverente, impensable
aparece de pronto sin nombrarla
lo peor es que tiene rachas
la muerte si, ella que no es mujer, no lo es
la muerte es un espectro de estado, de opresión
Muerte zarandeada zarandeando
lloro por muertos que no conozco, que nunca he visto
pero podría ser yo.

La mañana amaneció fría. Sentada en el sillón con las piernas encogidas cubriéndome el frío matinal, absorbo con calma una taza de café. Su olor me complace, el sabor amargo me regocija, despierto, miro por el ventanal de cristales el cielo gris, luminoso, gris.
Te sientas a mi lado con tu sonrisa amplia, tu rostro alerta y comienzas a hablar de tu vida.

Vengo del sur, allá donde el espíritu rebelde no acaba, empezó hace cientos de años. Pero ya soy mezcla de tantos y tantas de todas latitudes.

Le digo, no conozco, es una de mis grandes faltas y siento que me falta tocar esa tierra para colmar el alma.

Continúas, me fui al mar, allí leí, escribí, me envolví en talleres, eventos, conferencias, autogestión, libertad, vida.
Tomé plazas, las hice mías, no por mí sino por todos y todas, también por mí. Te ríes de tanto desparpajo en lucha y temor y represión.
Porque también nos pegaron, nos arrastraron, eran policías, mujeres -comentas con resignación-, pero resistimos siempre. No tenía miedo, pero me fui, quizás sí.
En la ciudad “mostro”, creí que su inmensidad me cubriría, me haría desaparecer. Sentir la seguridad de lo inconmensurable, la aguja en el pajar.
Pero no fue así, un día así no más, vinieron por nosotros.

Escuchaba con admiración tu voz, miré y te ibas desvaneciendo en esa mañana gris. Te quise agarrar para que no marcharas y tu piel marmórea me frenó. Sólo quedaba el humo del café entre tus manos, sostenido por una imagen de anhelos. Mirábamos las dos desde los sillones por la ventana el gris cielo que asomaba, nada se movía, un estatismo inaprensible se palpaba, también me tocaba a mí. Quise seguirte escuchando pero ya no estabas ahí.

El otro día marchamos. Había policías, eran mujeres. Sentí cierta seguridad entre ellas, pero me acordé de ti, que te arrastraron, ellas, ellas mismas que le pegan a su espejo en resistencia, la avasalladora que avasalla. Ya tú no estabas, no podías estar, hace dos meses la muerte te llevó.

Esa muerte tan disciplinada de sus mandones verdugos, sometida que somete sin cuestionarse, doblegada que doblega con ceguera de su propia condición. Te extrañé.

Extrañé tu piel blanca, tu grito firme
tu pelo negro mojado en la lluvia, tu mirada sostenida
tu andar seguro, tu risa de justicia
te extrañé toda y hoy te confieso
que nunca te he conocido.

caravela con mujeres

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