Hicimos el amor finalmente. La obsesión por no tener hijos, el miedo a traerlos a este mundo, junto a este DIU que ha muerto después de siete años te limita, te abstiene. Mientras, yo de sólo pensar en nuestro sexo, quería, de pronto casi rugía. Nos besamos, mucho. Acariciarte mientras te beso, tu barba, tu eterna piel cubierta para parecer más viejo, que lo eres, me hace sumergirme en tí. Sentir esa paz, a través de tu piel me hizo casi llorar. Fue el pensar que algún día podemos no estar así y aunque no vivimos de planes, hemos hablado alguna vez de donde vivir en la vejez, juntos y solos. En la Habana, sin duda, ojalá siga siendo la misma, aunque cambiada.
Hablar de la vejez en pleno momento intelectual, de realización profesional es parte de lo que somos los nacidos en los setenta. Somos precarios y obsoletos al mismo tiempo, ni estabilidad, ni futuro, vida de mierda dentro del capital. Es lo que nos toca, ni revoluciones, ni nihilismo, somos los críticos, de todo, de las revoluciones y del nihilismo, somos una eterna transición. Moriremos en la nada.
Tu humanidad se sumerge dentro de mí, mi humanidad está dentro de tí. Balanceamos lentamente en el goce. Me gusta tanto este paisaje sostenido, tantas veces repetido, que te lo comento por enésima vez y sonríes. Siempre hablo, tu sólo sonríes, a veces te saco alguna palabra, no se puede comparar el desierto con el mar. Yo creo que Montesquieu tenía razón, no sólo para las formas de gobierno, sino por las formas del amor.
El amor del mar es intenso, puede rugir o ser calmo, es total, misterioso, y de un pequeño viento se levanta y se expresa, a veces grita. Como las olas, vienen, bañan, todo lo abarcan, se va. El amor del desierto es un viento profundo, abismal, entre el calor y el frío. Es eterno aunque todo siempre cambia, nunca las dunas se mantienen igual aunque lo parezcan. Eso eres tú, la eternidad que puede parecer fría, inerte, pero allí está la calidez y el movimiento, sin que nadie se de cuenta. Y yo vuelvo al mar, siempre al mar, el que da y quita.
Terminamos y viene el sueño satisfecho interminable. Siempre nos besamos. Espero que nunca se me quiten las ganas de ese beso último, lo busco, siempre. Y tu rostro duerme junto al mío, también dormido, pero te veo, siempre te veo, tu cara infantil, pacífica.
Tenía muchas ganas de escribirte estas palabras, hace días. No sé si es por mi época de escritos y revelaciones, de pasiones e incertidumbres. Me has visto distraída, hasta hipnotizada, callas, pero sabes hasta la última gota de mi piel, conoces mis pensamientos y yo no puedo callar. Tenía muchas ganas de escribirte y hoy, lejos, lejos de casa, te reitero aquello que se torna jocosamente en amenaza, no está en juego dejar de tenerte.
Para tí
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